La noticia vino a derrumbar definitivamente su raquítica moral. Con la sangre encendida, desposeído de su..."
Benit Mahan
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Pasen, pasen...Sin miedo hombre...
¡Qué grande y bonita es Madrid!
La villa,la ciudad de la Corte, de los señoritos, de los teatros de las "señoronas" donde regalan La Razón, los cines (extintos) y las luces por la Gran Vía,... Los bocadillos de calamares en la Plaza Mayor, las niñas bien uniformadas del barrio de Salamanca, la movida madrileña y su eterno autobombo, Malasaña, Lavapiés y "el buenrollismo", La Latina y sus bohemios adinerados, los atascos, la M-30... Quien no quiere vivir en Madrid coño!
Siempre nos han vendido Madrid como la ciudad más acogedora del mundo, porque... ¡nadie es de Madrid, pero todos lo somos!
Aún teniendo un porcentaje elevadísimo de fachas y siendo una ciudad reaccionaria como pocas, Madrid es moderna y "progre", como su alcalde... Incluso ahora se ha propuesto elevar el número de locales de diseño hasta las cotas de nuestro espejo ibérico, Barcelona (los barceloneses por fin se están dando cuenta que eso de tener una ciudad tan moderna y abierta al turismo, es una puta mierda para los que de verdad viven en ella). Locales chic, "fashion", "lounges" y mierdas por el estilo se están haciendo con el control de la villa y están arrinconando a los bares de toda la vida: los de serrín en el suelo, camareros que gritan como Dios manda y una buena carta repleta de grasaza, a precios populares (pero de verdad,no de caña a 2 euros). Y como consecuencia de esto, los modernos de la urbe, están invadiendo los últimos reductos de autenticidad que daban ese sabor añejo e inconfundible a mi querido Madrid. Hordas de snobs, cansados de "posturear" en el Mondo o la sala el Sol, invaden estos locales en una búsqueda interminable por lo último... ¡Ay "Palentino", quién te ha visto y quién te ve!
Madrid tenía tanta prisa por europeizarse, que está perdiendo todas sus señas de identidad a marchas forzadas y se está convirtiendo en otra ciudad igual de insulsa e uniforme que cualquiera de las que pueblan la vieja Europa (lo de los USA es otra historia). Ahora los madrileños pueden presumir de tener un "Starbucks" en cada esquina: no sea que vengan las hordas de guris y con tanto africanismo, tipismo y castizimo no puedan sentirse como en casa...
Siempre se ha dicho que solo hay una cosa peor que un rico: un nuevo rico. Pues de manera análoga, algo parecido le está ocurriendo a Madrid. A fuerza de creerse que es una ciudad moderna, abierta al mundo y comprometida con su tiempo, se ha convertido en una ciudad infumable, carísima e igual de hipócrita que siempre; solo que ahora con pretensiones.
Y es que están por todos lados y si no presten atención a la estremecedora declaración que tuve el placer de presenciar en primera persona, en labios del dueño de un restaurante con tienda,centro estético y "demás chucherías":
-"Nuestro restaurante es ecológico-multicultural y de ambiente zen-nórdico"
Mi abuela, en su "castúo" particular (variedad coriana-sole) diría que es "pa cagalsi la pata abahu". No voy a entretenerme en comentar el significado de semejantes "cachos de letras" ya que el personaje no lo merece, pero si a expresar lo mal que lo pasé aguantando la compostura hasta que la conversación se dispersó y pude escapar del atolladero.
Más casos:
Un día decido salir con mis amigos, de esos de los toda la vida,con los mismos que jugaba a las chapas, por los madriles, para conocer esos locales de moda, de ambiente liberal y distendido. Nada de malos rollos, ni de desempolvar los naúticos o ponernos el traje de domingo. El ambiente parecía propicio para pasar una velada agradable con los chavales. En el grupo, o la panda(como siguen diciendo nuestro padres) tenemos de todo y nuestras vestimentas reflejan la heterogeneidad del grupo. Nosotros si somos partícipes de la diversidad y no el puto Fórum ese de las culturas. El caso es que nos decidimos a entrar a uno de estos locales, animados por la diversidad que exhibían y la eterna promesa del "sitio distinto". La sorpresa llegó cuando el portero nos dijo que podíamos entrar los dos primeros con las chicas que el resto "no iban con el rollo del local"(nos habíamos olvidado las rastas de palo en casa). Ahí saqué mi casta fuenlabreña y le dije, con toda mi educación, que se metiera su "rollo por el culo". En los siguientes locales que probamos, nos ocurrieron sucesos aún más increíbles, como que el portero nos "tirara" por ser de Fuenlabrada (en sus propias palabras)o que nos dijeran que era un local exlusivo "de ambiente" mientras pasaba una pareja heterosexual delante nuestra. Incluso llegamos a rebajarnos colocándonos estratégicamente en pequeños trios para que nos dejaran entrar. Al final, tocó pulular, como siempre. Desde ese día, mis amigos siguen diciendo que Madrid es una ciudad asquerosa para salir, y quien les convence de lo contrario... O eso, o somos unos inadaptados sociales, que todo puede ser...
Fusilando el refranero popular, cabe decir que es "el mismo perro de siempre, pero ahora con rastas y converses".
Si el pobre Larra hubiese vivido en nuestro tiempo, seguramente se hubiese sucidado nada más finalizar la patética E.S.O. ...
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En mi sección de homenajes particular, no podía faltar la publicación que ha creado toda una generación de amantes del bizarrismo. El Mondo Brutto es una de esas publicaciones únicas y maravillosamente raras, que cada vez que se alinean los astros florece por esta irritante ciudad.
Sólo comparable a los pequeños placeres de la vida (y no precisamente los que aparecían en Amelie): comerse un kebap en la Serna, contar batallitas del instituto...
Deliciosamente amarga.
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Extracto del raro, poco conocido y maravilloso Cathall O´Dunn.
Era como volver a empezar. Después de una larga estancia en Colombia volvía a mi ciudad, y las calles seguían en el mismo lugar, aunque los olores habían cambiado.Quería reconocer cada rincón y cada calle, donde aprendió a reírse de las cosas, a despreciar los consejos de quien lo sabe todo, a otorgarle la importancia justa a cada momento y ser coherente con sus palabras.
Ya muy atrás quedaba "el accidente", la apatía, los gritos en el comedor y todos aquellos recuerdos que se esforzaba en borrar de su mente.
En aquellos primeros días se había sumergido en la rutina de su nuevo puesto de trabajo. No se molestaba en anticipar acontecimientos. Quería recuperar a los viejos amigos: las mismas "batallitas" de siempre, las cervezas en el bar, los comentarios sobre el partido del fin de semana y la sensación de que nunca nada cambiaría, que el día que bajase al parque ellos segurían estando ahí.
Con el transcurrir de los días se había acostumbrado a observar detenidamente los detalles más insignificantes desde la mesa de trabajo. Y entre los papeles, las notas y el brillo de la pantalla, a veces “tarareaba” sus canciones, o se perdía con pequeños juegos que le ayudaban en su ya fácil dispersión y le proporcionaban algún tipo de placer. Pese a esto se esforzaba por sumergirse en la inercia laboral; para castigarse con la marabunta de pensamientos e inseguridades ya tenía los muros de la casa.
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Ella, había aparecido entre las montañas de rutina e inercia, de manera muy sutil, como infiltrándose en las filas de sus vaguedades, para instalarse entre sus obsesiones. Poco a poco había aprendido a quererla, a disfrutar con sus detalles y hacerla dueña e inspiración de sus insomnios. Todo ello había sido hilado desde si mismo, sin conocer la opinión de la elegida. La relación que mantenían transcurría fluida, habían aprendido a disfrutar de las palabras y los gestos de otro, pero bajo un respeto mutuo, sin acercamientos kamikazes, sin forzar cualquier tipo de presión que implicara un roce o un solo momento de tensión emocional. Pero el ya no podía más. En un estado de ensoñación constante, retornaba a su adolescencia con quimeras absurdas y encuentros imposibles, alimentando aún más si cabe su convencimiento. A veces dudaba si todo era una mala jugada, un “autoconvencerse” de que podía volver a disfrutar de un estado de enamoramiento como en su juventud más cercana, que podía querer a otra como si fuera la última y no acostumbrarse a la comodidad del enlace. Pronto pensó que esta idea le parecía tan terrible que no merecía ni ocupar su tiempo, pero entre aquel lago de dudas siempre había lugar para las ideas más trágicas o escabrosas. Convencido de su postura, ahora enfrente ya solo quedaba un enorme océano que en otro tiempo no hubiese tenido ningún reparo en conocer, pero que en la actualidad le inundaba de turbaciones y miedos. Era lo de siempre: el miedo al rechazo, a no saber manejar los tiempos, a dejar pasar el tiempo, a no pronunciar la palabra en el momento justo y adecuado… Cualquier idea le parecía tan terriblemente estúpida y ridícula, que la simple visualización de llevarla a cabo le provocaba un gran desasosiego. A cualquier otra la hubiese intentado seducir con sus amplios conocimientos de literatura, sus cuentos de viajes exóticos y su labor humanitaria, sus historias de “hombre de mundo” u otras tretas igual de patéticas y trilladas, pero ahora era diferente o al menos eso deseaba.
Sin ser de una belleza exuberante, tenía un gesto precioso y dulce, un poderoso halo de atracción del que a veces muchas mujeres bellas carecen, además de una capacidad maravillosa para saber interpretar los momentos especiales con una soberbia sencillez. Kearan se había despertado pensando en el movimiento de su pelo y volvía a dormirse preguntándose por sus manos. ¿Cómo podía ella ignorar que había alguien castigándose a cada instante por su pulso? Él, medía milimétricamente cualquier movimiento que le pudiera dejar en evidencia, que pudiera dejar al descubierto sus sentimientos, aquellos que se esmeraba en guardar bajo la llave más pesada existente. Quería buscar “el momento”, el instante mágico que nunca aparece, el acontecimiento que precipita todo, pero no tenía todo el tiempo del mundo. A finales de aquel deprimente verano ella marcharía a otra ciudad, a otro país y el abismo sería insalvable. Pero el no creía en las heroicidades ni en los ataques de romanticismo. Le parecían asquerosamente patéticas las noveluchas que buscaban el “giro final e increíble” en “la historia de amor jamás contada” y no quería convertir su vida en un espejo de estas, empalagoso y prototípico. Por otro lado se imaginaba sonriendo con la cabeza de ella, resguardada bajo su firme torso, en un gesto tan paternal, como universal y visceral....
Sus cavilaciones respecto a sus deseos navegaban desde el ridículo al triunfo más sonado. Había intentado desentrañar los signos ocultos de los juegos previos, los lenguajes de las convenciones sociales de la relaciones hombre-mujer, adaptándolos lógicamente a la singularidad de tan preciosa persona. Se decía así mismo que si habían quedado a solas, ella más allá de sus intenciones concretas, estaría cómoda en su compañía. De la misma manera había intentado leer entre las frases enigmáticas que de vez en cuando ella le lanzaba, mensajes encriptados que reclamaban su participación. Pero no quería caer en la clásica suficiencia y vanidad masculina, la cual podía proporcionarle desagradables sorpresas a la hora de descubrir la reciprocidad de sus sentimientos. Se decía una y otra vez que sería una noche más, en la que volvería bajo sus pasos nuevamente solo, una noche como en las veladas en las que se representaban las tragedias griegas, de las cuales ya se conocía el desenlace, pero aún así podían conseguir inquietarnos y emocionarnos. El problema es que la intriga era mínima, y la emoción había logrado un status obsesivo, amordazado por un exceso de apasionamiento.
Esperaba su llamada, después de varios intentos frustrados de cita, debía permanecer lo suficientemente interesado como para no dejar que se enfriara el contacto, pero tenía que dejar una imagen de autonomía y despreocupación que no delatara su verdadero interés: verla a toda costa. Miraba de reojo al mísero aparato, que le fustigaba con su silencio y su indiferencia, y se volvía loco controlando su voluntad.
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Una noche en mi Madrid no es completa, si no termina con un buen bocado, riéndote de las penas hasta que te duela la boca y cantando en una esquinita de esta delirante ciudad. Y si es frente a un amanecer en la Plaza de Oriente la noche ya es completa.
Unas pizzas recalentadas, un diálogo surrealista sobre los kebap, los chicos de la periferia, unas sillas atadas con cadenas y unos gritos a unos guiris despistados. Es Madrid, verano y los que nos quedamos sin playa nos gusta reinventarnos y por fin hacer de la ciudad nuestro lugar. En Septiembre ya volverán los señores con prisas y trajes impolutos,las señoronas del barrio de Salamanca, los hippijos, los niños y las niñas bien, los "jóvenes bohemios" de La Latina o Lavapiés y toda esa gente que hace a Madrid tan parecida a cualquier otro lugar del mundo.
Hoy, con la moral por las nubes y nuestras mejores artes, pudimos disfrutar de nuestro garito favorito vacío, sin nadie que nos molestara...
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Al término de Leganés hacia el sur comienza una carretera que parece discurrir hacia ninguna parte. Entre los desolados campos de trigo, devastados por la incesante construcción, se levanta una masa de bloques de cemento que parece emanar desde la tierra y que se muestra como un fogonazo chocante desde el primer vistazo. Un cartel encima de nuestras cabezas nos da la bienvenida: Fuenlabrada.
Yo, como otros tantos miles de jóvenes, hijos de extremeños, andaluces y castellanos tuve la suerte o la desgracia de crecer aquí. Junto a estos, llegados desde los 70, a partir de los años 90, fueron llegando también inmigrantes marroquíes, o del África central principalmente. En la actualidad el arco social se ha ampliado a chinos, rumanos y latinos. Familias jóvenes, humildes, de clase trabajadora que no podían permitirse los precios de la vivienda en la capital. Fuenlabrada se empezó a convertir así en un vivero de jóvenes (llegó a ser la población con más jóvenes de Europa) de las más distintas procedencias con un sólo rasgo en común, su condición social.
El desarrollo urbano de la ciudad fue escalofriante y completamente irracional. Los bloques, de grandes alturas se fueron levantando a una y otra parte de las cuadriculadas calles, sin una planificación aparente. De vez en cuando se salpicaba una zona con los edificios que proporcionan los servicios sociales básicos y se seguía construyendo. Alrededor de la ciudad al mismo tiempo iban creciendo polígonos industriales de manera indiscriminada (véase Cobo Calleja, el complejo industrial más grande de Europa que hoy se ha convertido en el “Almacén por excelencia” para el insaciable comercio chino).
Para todos los que la conocen, “Fuenla” nunca fue precisamente un lugar ejemplar. Pero la cuestión, por eso de ser nuestro pequeño terruño asignado, y tocar donde más duele, siempre ha sido obviada. A nadie (o casi nadie) le gusta regodearse en lo poco afortunado que es el lugar donde le ha “tocado” vivir. Y digo “tocado” porque la elección era tan limitada que apenas se puede considerar elección. Ahora, con la distancia del tiempo y viendo los nubarrones del futuro, solo podemos agradecer a nuestros padres que lucharan por salir adelante y brindarnos la oportunidad. Nuestra ciudad, pese a quien le pese, no tiene nada que mostrar al visitante. Su identidad está forjada a base de cemento, prisas, sudor y mestizaje. Por mucho que se sigan haciendo rotondas con fuentes y monumentos absurdos o que se levanten “mausoleos culturales” como el bizarro Toma´s y Valiente (si señores, esto es lo que el visitante lee) el sol no se puede tapar con un dedo Pero todo, parece aparentemente estar mezclado sin una regla, de manera caótica, como fruto más de la necesidad y de las urgencias que de un proyecto de futuro real. Y es que “Fuenla” sigue dando, pese a lo que digan los políticos de turno, una sensación de dejadez y abandono que asusta. Las paradojas son constantes: es la ciudad con más polígonos industriales y la de mayor tasa de paro juvenil. Y no hablemos de educación, ya que aquí los datos asustan: no hace falta decir que estamos “a la cola” de la Comunidad, o al menos eso indicaban unos datos del Gobierno autonómico hace unos años.
En 20 años, el barrio en el que vivo no ha cambiado un ápice. La calle sigue llena de locales vacíos, donde empiezan a crecer los hierbajos. Los pocos valientes que resisten con sus negocios presentan un aspecto lúgubre. Solo los populares “chinos” y los locutorios parecen poder sobrevivir en semejante desierto comercial. Al fondo se muestra el baldío donde aparcan gran parte de los coches del barrio, en el cual pueden robarte o destrozarte el coche con una facilidad pasmosa. A apenas un kilómetro de distancia, se muestra en medio del páramo en lo alto de una colina artificial, El todopoderoso Corte Inglés, el mismo que iba a revitalizar el barrio pero que finalmente se estableció lo suficientemente cerca como para ser observado nítidamente en su endiosado pedestal, pero lo suficientemente lejos como para no influir lo más mínimo en el barrio o la ciudad. Mr. Marshall no pasó y se marchó, nos contempla desde la ventana de enfrente, como burlándose cruelmente desde su acomodada posición. Yo sigo pensando que la gente solo va a este centro comercial (o al menos en mi barrio) para dar un paseo y ver las novedades comerciales. Los abusivos precios, no hacen sino que reafirmarlo en su papel de museo-galería comercial al que uno va a echar la tarde, decir que caras están las cosas, comprar algo insustancial y barato (por supuesto) y volverse para el “chamizo”. Todas estas apreciaciones están cimentadas en multitud de experiencias que un servidor ha recopilado a lo largo de su existencia en la periferia: faltaría más.
Pero después de situarnos en el contexto cabe hablar del entramado social de mi urbe, donde ocupa un lugar principal la juventud, corazón y verdadero motor de nuestro ser. Observemos la especificidad de mi querida juventud fuenlabreña: ¿qué nos hace diferentes? ¿serán las afamadas gorras? Son muchos los forasteros que me han comentado que el estilo autóctono a la hora de llevar dicha prenda ha creado una escuela: los gorrillas de Fuenla. Tristemente seguimos siendo conocidos por sucesos, características y comportamientos que no tienen absolutamente nada de meritorio. Los paupérrimos niveles educativos, la ausencia (para que faltase tendría que haber) de civismo, la delincuencia, especialmente a pequeña escala, el altísimo consumo de drogas, la incultura, el paro, la baja preparación profesional, la falta de perspectivas... Y que no me vengan con el cuento de los inmigrantes, porque esto antes de que ellos llegaran ya era así. El alcalde sigue pensando que ante todo esto lo mejor es seguir haciendo rotondas y de vez en cuando inaugurar un nuevo colegio o centro de salud. Toda esta madeja parece enredarse hasta el infinito y no tener una solución clara. Sin llegar a los niveles de los ghettos de otros países la situación es preocupante. La población ante esto, lógicamente, no debe redimir su gran parte de culpabilidad. No se les puede achacar por ejemplo a los profesores toda la culpa del fracaso escolar. Sin embargo si se pueden revisar los métodos para incentivar a los jóvenes: según mi tutora del instituto, yo y la manada de “gremlins” que me acompañaban (yo por supuesto hacía méritos para estar entre los más “gremlins”) deberíamos ser delincuentes o desechos sociales. Ahora me gustaría encontrármela y hablarle de mi currículum académico, para que viera que las cosas no son siempre lo que parecen. Tampoco la condeno por ello, ni por sus numerosas bajas por depresión. Si hubiese existido en esa época el “bullying” toda mi clase hubiese acabado en centros correccionales.
Podría escribir una enciclopedia, como cualquier otro adolescente, contando las cientos de peripecias que me sucedieron en mi más tierna pubertad. Pero Fuenla sigue teniendo ese toque que la hace distinta. Toda persona criada aquí puede contar haber presenciado innumerables casos de reyertas, haber sido víctima de atracos de alto o medio pelo e incluso haber coqueteado con pequeños actos fuera de la ley (quien no ha tenido en sus manos alguna vez una “opi”) , de la manera más natural del mundo. A la mayoría se les pasa la tontería, y a los que no, les espera un futuro muy negro, ya que la ley suele castigar mucho más a los delincuentes de menor entidad social. Por ejemplo, el que se llevaba todas las “collejas” de la clase ha terminado siendo policía, supongo para resarcirse de años de agresiones. Mi ciudad, en este sentido, es un buen caldo de cultivo para emular las proezas de los “maderos” de Coslada. Años de rabia contenida, escasa formación, sumados a horas de gimnasio y drogas químicas producen auténticas máquinas policiales de la corrupción.
Las jergas que aquí hablamos son incompresibles para los de la capital. Solo son comprendidas y respetadas por las zonas sureñas de la capital, por nuestros hermanos de Parla, Móstoles, Alcorcón o Leganés (Getafe ha adquirido otra dimensión) y reductos del corredor del Henares. Cuando uno de “Fuenla” dice que va a “coger la pava” (“la blasa” en las variedades dialectológicas de Móstoles y Alcorcón) no se refiere a que va irse con su compañera sino que va a tomar un autobús.
Continuará…
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Cuando Joe Bataan se encontraba en la "Coxsackie State Prison" por conducir un coche robado no podía imaginarse ni por casualidad la leyenda que acompañaría a su nombre en el tiempo. En el Spanish Harlem neoyorkino se fraguaba la historia de un joven hijo de afroamericana y filipino, que no podía más que dar a luz una criatura maravillosa.
Empezó a componer en la cárcel y pronto comenzó a dar forma a un experimento que daría un resultado más que formidable.
El padre del latin soul supo dar rienda suelta a toda esa bocanada de aire fresco que va desde el soul al funk, dibujarla entre vientos y percusiones latinas y crear algunos de los himnos más escuchados del género. Si James Brown se llevó la gloria, Joe Bataan cuenta una exitosa historia que se diluyó como tantas otras en las tiendas de coleccionistas, entre las cajas llenas de polvo. Culpa de ello también tuvo su desaparición durante más de veinte años de la luz de los focos. Como todos los grandes, Bataan tiene su propia leyenda negra, la otra cara que no deja de aportar misticismo a la estrella.
En cuanto a lo estrictamente musical nuestro amigo se permite configura paisajes sonoros que coquetean con numerosos palos de la música negra y logran sonadas reinterpretaciones desde lo latino. Sobre todas las cosas se agradece la suprema frescura que emanan todas sus composiciones, con una voz que cumple sin la grandeza de otros "soulmens" pero que se ensambla a la perfección en los múltiples temas que compuso a lo largo de toda su carrera. Sólo escuchar temas como "Gipsy Woman"o "Magic rose" y empieza a brotar un cosquilleo por el cuerpo que permanece hasta el último track del disco. Entre las hazañas de nuestro héroe podemos encontrar el que dice ser el primer rap de la historia, con permiso de Sugarhill Gang claro está, o rarezas tan entretenidas como la versión de Shaft de Hayes, en clave Bataan por supuesto.
Joe Bataan, el coloso, máquina de fabricar himnos bailables, frescos como pocos...Joyas tan sencillas como apabullantes, boogaloo en estado puro; soul, funk, jazz, latin. Imposible permanecer indiferente...
Desde aquí, mi más sentido homenaje.
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"En este país mata una gallina y serás toda la vida un matagallinas, mata mil gallinas y serás un empresario"
Benit Mahan
No anda muy desencaminada la frase: lo vemos todos los días cuando en este, nuestro “querido país”, se encumbra al más tramposo, al ladrón, al explotador, al tirano. Y es que esto no pretende ser un homenaje a esos defensores de las “buenas costumbres”(Dios me salve de la Conferencia Episcopal) a los que oímos cada día en los medios de comunicación impartiendo e imponiendo sus lecciones morales, sino todo lo contrario. Más allá de maniqueísmos e informaciones sesgadas por las influencias de unos y otros, podemos hablar que algo funciona mal en este país cuando una persona roba una cantidad de dinero irrisoria y se le penaliza con la cárcel, mientras que otra que roba miles de millones puede librarse de esta en poco tiempo, y digo poco tiempo pensado en un plazo de días.
Y es que cosas más feas se me ocurre pensar…Con lo honrados y buenos trabajadores que somos en este país…Lo que ocurre es que somos especiales, llámenlo “picaresca española”, o llámenlo de cualquier otra forma. Por el cúmulo de especificidades que sean, poseemos un sexto sentido para las formas más avezadas de enfrentarnos e insertarnos en esta nuestra sociedad: me vienen a la cabeza palabras como “escaqueo” (Si, Hans, tenemos un término creado en español para explicar la evasión de nuestro puesto laboral), “pufo”, “chanchullo” y muchas otras versiones del “trapicheo” en general. Para bien o para mal somos un auténtico paraíso de evasión frente a los requerimientos legales, de la corrupción a todos los niveles y de objetores de cualquier sentido de “lo público”. Algunos le echan la culpa a ese “genoma latino”; siempre miramos de reojo a nuestros hermanos italianos, auténticos expertos en estas artes, pero el “caso español” posee su marca personal, esa impronta tan particular teñida de “campechanismo”, algo así como un comportamiento mafioso pero de “andar por casa”. Quien no ha escuchado alguna vez un caso similar al del hombre que le contó a un amigo entre cañas, “el arte que había tenido que utilizar en la declaración de hacienda para no declarar esas insignificantes tierras que tiene en el pueblo y donde se ha construido un chalet de 200 metrillos de nada”. Y todo esto echándose unas buenas risas, con palmaditas en la espalda incluidas. Pero realmente esto son auténticas menudencias con el dinero negro que mueve la piel de toro: “La factura ¿la quiere en negro o la ponemos con todas sus cositas?” A mi, cuando salió en los medios la noticia que decía que nuestro país era el que más billetes de 500€ poseía de la zona euro me entraron ganas de reír o de llorar (mi sueldo no llega ni de lejos a dos de estos), según se vea. La noticia iba acompañada de otro eufemismo técnico de “los expertos”, que decía que esto podía ser entre otras cosas por el blanqueo de capitales y por el “boom” inmobiliario. Me maravillan los giros lingüísticos que usan los expertos de nuestro país para formular la realidad del mismo, ya que también se podría describir, como una panda de “chorizos” que se enriqueció a costa de especular con la vivienda y que busca lavar el dinero negro de tan noble práctica.
Así los ejemplos que se han dado entre nuestras fronteras relacionados con la corrupción a todos sus niveles, son innumerables: desde Marbella a Madrid, pasando por Seseña o más recientemente el caso de los policías de Coslada (¿se imaginan una película al estilo “Training Day ambientada en Coslada, con los “polis” en plan “Latin Kings”? Desde el empresario más rico al último becario del reino, aquí todo el mundo “se busca las habichuelas” para evadir la ley y de paso llevarse algo más para el bolsillo.
En cultura, I+D o nivel de los sueldos ahí si que andamos a la cola de Europa, pero en el fino arte de la corrupción podemos presumir con todas las de la ley. Yo, con el fin de no desaprovechar tan buenas infraestructuras culturales, propongo la creación de postgrados universitarios (orientados también a un mercado internacional) en materia de corrupción. Sería incoherente no hacer negocio, con las cualidades innatas que poseemos para la materia mencionada.
Los que todavía nos cuesta, o no valemos para ello, como ustedes lo quieran ver, no “gorronear”, no pisar al prójimo para subir en nuestra carrera profesional y no apropiarnos sutilmente de lo ajeno a la mínima oportunidad, nos sigue quedando la etiqueta o el consuelo de la “buena gente”, la que al final del día se queda con cara de idiota por seguir tan jodida como siempre. Y es que, no nos engañemos, en este país nadie se ha hecho rico, sólo, trabajando…
El pobrecito hablador del 2008.
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En la era digital, donde la tecnología nos hace analfabetos con cada movimiento de la aguja del reloj, encontramos nuevos panoramas que no por menos descritos se hacen menos desoladores. Si los ordenadores vinieron para facilitarnos la vida y descubrirnos un abanico de maravillosas posibilidades, simbolizados en la world wide web, es paradójico que se produzcan nuevos fenómenos completamente contrarios a la reacción esperada. En el octavo día, Dios creó Google. Entonces, cuando más "conectados" estábamos con el mundo, empezamos a "desconectarnos", de ese “mundito” que nos rodea, de esa cotidianeidad que nos separa del cada más presente “Matrix”. Y a pesar de toda esta comunicación e información desbordante, que nos apabulla a diario, cada día estamos más solos, más perdidos en la inmensidad de un nuevo mundo que se abre entre nosotros y del cual no tenemos las herramientas para abrir y desentrañar. Es más, tendemos a la nostalgia como postura natural, a la llamada reticencia al cambio y vivimos colgados de un romanticismo que pertenece ya a épocas pasadas, que en nuestros días no tiene cabida.
La cruzada digital que se está librando está produciendo fenómenos maravillosos y positivos. Internet se está consolidando como el único espacio donde se puede dar una libertad total, un intercambio indiscriminado de ideas y corrientes que no tiene dueño, que no está subyugado a intereses políticos y económicos, que vibra, muta y sueña bajo las pulsiones de un “pueblo” que por primera vez ha encontrado un lugar donde verdaderamente tener voz. Los grandes utópicos de la historia nunca soñaron tener un lugar de mayor proyección, donde las desigualdades y las injusticias se hacen invisibles. Los políticos tiemblan, los medios de comunicación encuentran un valladar a la manipulación, “youtube” legisla y juzga con pulso firme bajo las órdenes de una verdadera soberanía popular. Lógicamente, los poderes establecidos buscan utilizar esta poderosísima herramienta en su favor, pero la web es ingobernable, es una puerta a un universo infinito, imposible de cercenar o controlar una vez dentro de ella. La única posibilidad de ponerle muros a este universo, pasa por cerrar la puerta que da acceso al mismo, acción que los regímenes más despreciables del planeta se esmeran en cuidar.
Por contra, más allá de idílicas utopías se encuentran realidades menos agradecidas. La tendencia a la digitalización, a la facilitación de tareas que antiguamente requerían un trabajo artesanal, está revirtiendo en una pérdida general de la capacidad creativa e imaginativa. Si ante la falta de medios, se agudiza el ingenio, el exceso de información, de tecnologías, y en general el ascenso de un consumismo desbocado e innecesario nos ha llevado a terrenos menos fértiles para la creatividad. Quien más, quien menos, tiene a un Homer Simpson dominguero dispuesto a apoltronarse en el sofá y esperar a que crezcan las raíces, mientras la televisión, la consola o incluso el ordenador nos dan un entretenimiento debidamente masticado, listo para ingerir sin apenas esfuerzo. Nada nuevo; la “teletienda” puede vendernos un “aparatito” para ser menos conformistas y pasivos si así lo deseamos. El sistema se ha encargado de engullir las disidencias y de darles su nuevo papel en esta sociedad de consumo.
Lo que si es nuevo es la capacidad que hemos perdido de impresionarnos, e incluso de ilusionarnos. La lluvia de imágenes diaria, el torrente de productos que innecesariamente consumimos y en general esa sobreexposición a la información nos han llevado a este punto, a este estado de las cosas que se ha dado a llamar postmodernismo. El romanticismo murió hace rato: los niños no tienen ni idea de lo que significa jugar a las chapas, la cocina dentro de unos años será a través de píldoras, vivimos en la cultura de la inmediatez y las fórmulas tradicionales pierden todo su sentido en este contexto.
Ya no nos quedan héroes, ni ideologías a la que admirar, aunque me duela coincidir en algo con Fukuyama. Ante esto nos refugiamos en la nostalgia, hacemos homenajes a Mayo del 68, el “revival” está más vivo que nunca, todo vuelve, los 60, la música y la moda de los 70….Incluso encumbramos movimiento culturales o políticos no tan relevantes como realmente fueron por la imagen que hemos construido de ellos (¿la movida madrileña fue tan artística y rompedora como realmente nos la han vendido?). Pero da igual, porque lo que realmente nos importa es el romanticismo y heroísmo que se respiraba en aquellos sucesos. Aquellos movimientos que hoy en día consideramos irrepetibles. Tal vez el cine argentino tenga tan buena consideración porque aún con pocos medios, conserva la extraordinaria capacidad de conmovernos, de "tocarnos la fibra sensible", en estos tiempos en los que estas cuestiones cada vez son menos comunes: nada nos sorprende ya.
Las generaciones actuales de Occidente, sin embargo, permanecemos dormidas, sin nada por lo que luchar, sin ilusiones, conformadas con la realidad que nos han dibujado. Nos han dicho tantas veces que el mundo que nos ha tocado ya no se puede cambiar, que eso es una ilusión, que lo hemos interiorizado y nos hemos resignado a seguir colaborando con la penosa realidad que nos ha tocado vivir. Somos cómplices de un crimen en forma de legado que le llegará a nuestros hijos. Y de nuevo, cabe decir, que la paradoja se cierne sobre nosotros. Pocas veces en la historia hubo tantos retos por los que luchar: el hambre, la incultura, el medio ambiente, la crisis económica, la vivienda…Y aún con todo esto seguimos pensando que luchar por una sociedad y un mundo más justo y equilibrado es una misión para ilusos. Pero algo se está removiendo en las entrañas de las sociedades actuales, algo que dice que el orden de las cosas no está escrito ya y que el futuro lo escribiremos entre todos, que no será escrito por unos pocos interesados en prolongar esta enquistada realidad. La respuesta puede venir desde abajo, desde el sur. El tío Sam está mirando de reojo a América Latina, porque sabe que algo está ocurriendo…
Publicado por Shina en 22:03 0 comentarios
No quiero sus despachos, ni sus buenos días, ni aprender a administrar las sonrisas. No quiero sus palmadas en la espalda, ni su pragmatismo liberal, ni las frases hechas sobre su novia.
No quiero ser el mejor, ni el más especial,ni el más feliz, ni el más seguro de mi mismo.
Sigo devolviéndole la sonrisa...¡¡cómo cojones se hace!!
"Lo que te pasa es que eres joven.Ya pensarás de otra manera".
Y aún asi cada mañana termino por traicionarme. Para ser libres hay que ser rentables.Cojo el periódico y me enorgullezco instintivamente porque alguien que proviene del mismo territorio que yo ha logrado un éxito deportivo.
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Jóvenes conversando sobre la última película de Kiarostami
Disfruto en estos días de un ocio y una relajación que mi cuerpo necesita. Pero sufro más que nunca esa terrible paradoja de nuestro tiempo, sembrada por la ecuación tiempo-dinero. Y es que la ecuación es frustrante: cuando disponemos de una cantidad de dinero que nos permite recrearnos mínimamente(más allá de deudas o facturas), es porque hemos trabajado y seguimos trabajando de manera muy intensa, por lo que no disponemos del tiempo necesario para su disfrute. En la otra cara de la moneda, de esa misma moneda, nos encontramos con la situación en la cual disponemos de tiempo para realizar todas esas cosas que deseábamos hacer, las cuales no podemos realizar porque implican un coste que no podemos asumir. Es una de las terribles paradojas de nuestros días que está comenzando a abrir un abismo entre clases sociales, entre aquellas que disponen del tiempo y del dinero, y aquellas que no disponen de ninguna de ambas.
Esta estratificación se está efectuando a marchas forzadas y se vislumbra especialmente en sectores como la educación y la cultura. El constante empobrecimiento intelectual de las clases medias de nuestro país, no es solo fruto de una educación pésima sino también del establecimiento de una "high culture" que hace un uso elitista y sectario de la cultura, incluida esa cultura que pagamos todos (veáse Teatro Real o la alta sociedad y la cultura de la subvención). Es la eterna pregunta: ¿es la población la que no quiere cierto tipo de cultura o realmente no se le ha concedido la oportunidad de elegir? Es más, ¿no será todo esto fruto de una gestión que busca la preservación de un modelo clasista y tradicional que preserva la distinción social (como se ha hecho a lo largo de numerosas etapas históricas) a través de la cultura? Tal vez en los colegios de mi barrio sería más adecuado programar asignaturas como introducción al endeudamiento eterno o tunning básico, con el fin de lograr un mayor aprovechamiento del entorno y una mimetización anticipada con la realidad social.
Hoy en día nuestras élites juveniles son modernas, "progres", siempre de izquierdas (otra cosa está fea), van a la última, y lo mismo te hablan de diseño, de cine "dogma" o del último disco de pop intensamente experimental que ha encumbrado la "Rockdelux."..Todo esto, claro está, sin mostrar nunca lo suficientemente pudiente que son, apoyando el triunfo de la estética "casual" y otas tantas más retorcidas. Y es que en el centro de Madrid nuestras élites, comprometidas e inquietas, se esfuerzan por llevar ropajes que van de lo moderno a lo desarrapado, aunque sean de un par de ceros, mientras que en la periferia todos quieren lucir sus "Polo Ralph Lauren" o "Chevignon", montados en los BMW de segunda mano con los que endeudarán el resto de su existencia. Igual de doloroso es pensar que son estos primeros(de nuevo, oh!,paradoja) los que más interés muestran por posibilitar los cambios sociales, además de tener las herramientas y la preparación(y la concienciación) para transformar la realidad que nos ocupa al día de hoy, tremendamente desigual e injusta. Gracias a Dios, no son los únicos. Pero el despertar de la clase media tendrá que esperar al día que haya un apagón general: la Playstation, a la cabeza de la industria lobotomizadora del ocio.
Los obreros del presente y del futuro hace tiempo que no están solo en las fábricas o en la construcción. La clase obrera de nuestro tiempo perece en las oficinas, trabajando como auxiliares admistrativos o teleoperadores por sueldos míseros, hipotecados hasta la tercera generación por un chalé en Villanueva de la Chinchilla, provincia de Toledo, abducidos por la última virguería electrónica adquirida en el centro comercial de su zona. Marx no buscó en "Google" revolución.¿Quieren una frase tremendista para terminar? La incertidumbre que se cierne sobre nuestro futuro más próximo, es una cortina de humo que esconde tras de si un enorme sol, demasiado doloroso para nuestros ojos como para ser contemplado de frente.
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