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viernes, 31 de octubre de 2008

The revolution will not be televised


En estos tiempos de crisis económica, ideológica y social; en estos tiempos en lo que todo en lo que se había sustentado el sistema liberal parece resquebrajarse, es más conveniente que nunca echar una mirada al pasado y recordar figuras como la de Gill Scott Heron.
Activista político, músico, poeta y artista en general, su figura aportó maravillosos momentos en los agitados años 70 y 80. Sus acertados diagnósticos sociales pronosticaban algunas de las "enfermedades" de la incipiente sociedad de consumo: la "idiotización" de las clases populares, la manipulación mediática o la banalidad de los valores sociales trasmitido por los medios de comunicación.
¿Nostalgia, quién dijo nostalgia?

martes, 21 de octubre de 2008

Los días y las noches en Tetuán


Llovió toda la noche y al día siguiente respladecía el sol en Tetuán. Frente a mi ventana la mezquita se desperezaba y sus puertas comenzaban a inundarse de vida. Los "susi" ya habían abierto el puesto y se afanaban en odenar las urnas de cristal repletas de frutos secos. Por las aceras de Mohammed V se iban desplegando las sábanas o las cajas repletas de móviles, sudaderas del Barcelona, zapatos, cortauñas... Un maremágnum de cachivaches acompañados por los carritos de higos chumbos, caracoles guisados, pasteles y alimentos susceptibles de ser vendidos.
¡Hamsa dirham,hamsa dirham!- gritaba el chico del puesto de los pantalones. A Tetuán le costaba despertarse, pero cuando lo hacía inundaba cada rincón de la urbe en su caos, en ese caos ordenado que la mirada del extranjero no percibe. Una vorágine de movimiento y mercadeo, en la que cada tetuaní tiene su lugar. Una vez un extranjero me dijo: me da pena ver a toda esa gente en la calle sin hacer nada todo el día. Ellos se compadecían de su ceguera. La misma que le impidía ver a los ladrones, a los "chivatos", a las prostitutas y a todos los personajes que pueblan las calles tetuaníes
Comí un tajine de kefta en la Unión y me dispuse para hacer algunas compras por la medina y dar un paseo. La ciudad se esconde en su propia decadencia y observa el paso del tiempo como un mero espectador, enclaustrada en el recuerdo de otros tiempos. Muchos abuelos aún siguen hablando en español y relatan con nostalgia los tiempos en los que Franco se paseaba por allí. Los jóvenes de ahora conocen el vocabulario básico, aprendido en la televisión española, para acercarse al turista y así poder ganarse unos dirhams.
Quedé con algunos amigos para tomar unos thés en el Tiara, en la plaza de palacio. El sol había caído y entre las mesas de los cafés era imposible encontrar una sola mujer. Los hombres tomaban te o café y jugaban al parchís. De vez en cuando se escuchaban discusiones acaloradas provocadas por las vicisitudes del juego. En la mesa mezclábamos, fieles al espíritu magrebí, el daariya con el francés y el español, manteniendo una discusión sobre las marcadas diferencias entre Tetuán, Casablanca o Tánger.
De vuelta a la casa saludo al dueño de la tienda de las cabinas telefónicas, me tomo un pastel en la Imperial y me paro a hablar con Youssef. Youssef está apoyado en la misma esquina de siempre, con su chaleco reflectante y la mirada perdida. Apenas habla, lo dice todo con el gesto y las manos. Con ese gesto mitad malicioso, mitad atolondrado, y esa mirada tan característica, que parece perdida, pero que controla cada movimiento de la calle, de su calle.
Subí a la casa y fumé un cigarro en la ventana, mirando el imponente espectáculo de las montañas que se divisan tras la mezquita. Solo me sacó de mi trance el ruido de una destartalada radio, que expulsaba las notas de algunos de los éxitos "rai" del momento.
Después de la cena, leí el libro con el que estaba aquellos días. La tenue luz de mi habitación y el sueño me hacían confundir las letras.
Frente a mi ventana la mezquita se desperezaba...