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jueves, 6 de noviembre de 2008

Historias de Tetuán: Youssef



Youssef llegó un día a Tetuán desde las montañas que cobijan la ciudad. Desde entonces, nunca ha salido de aquí, sino es para subir a las mismas montañas que le vieron nacer.
Entre el mar de coches, de puestos callejeros y la marabunta de gente vociferando, Youssef se encuentra en casa. Cuando uno lo conoce, no sabe exactamente que pinta aquel sujeto todo el santo día en la calle, desde que amanece hasta que llega la medianoche, cuando encamina sus pasos de retorno a casa, por las empinadas cuestas camino a Yebel Dersa.

Da igual a la hora del día que me asomara por la ventana, que el estaba ahí, imperturbable a los avatares climatológicos. Enjuto, esmirriado y cejijunto, de mirada esquiva y maliciosa, es una parte más del mobiliario urbano de Mohamed V, de esa puerta de la mezquita que hierve de vida todos los días. Con un castellano más que rudimentario, expresa todo lo que desea con las manos, la cara y los silbidos.

Cuando me lo presentaron, me dijeron que él era el "chico para todo", que cualquier cosa que necesitase la podía conseguir. Aunque la gente es en ocasiones exgerada y le gusta aumentar las leyendas, las palabras no andaban demasiado desencaminadas.

Conocía la ciudad como pocos: todo y a todos. Le encantaba pavonearse, llamar la atención, ir por la calle saludando a todo el mundo y que el resto viera que era conocido. A veces me gritaba desde el otro lado de la calle para llamar mi atención o incluso me silbaba para que me asomara al balcón cuando se producía una pelea en la calle. ¡Combate,combate!, gritaba. Cuando le acompañaba le gustaba contarme quien era cada uno, cada persona apostillada en las miles de esquinas de Tetuán. Con una escueta palabra de su pobre castellano podía resumir la función de cada persona en la jungla: ladrón, puta, traficante, policía o buena gente. Si uno hacía caso a pies juntillas de todo lo que narraba Youssef se podría pensar que Tetuán es una especie de ciudad sin ley donde habitan toda suerte de buscavidas y personas de "mala vida". Yo sabía que la ciudad estaba repleta de informadores que por un par de dirhams eran esclavos de la policía o de los caciques, y que también había ladrones y prostitutas, pero que no había tantos como le gustaba proclamar a nuestro amigo. También sabía, que él mismo era un informador de la policía y de mi casero, un cacique despreciable y avaro, con más posesiones de las que podían juntar todos los habitantes del barrio Málaga. A mi casero le informaba puntualmente de todos los movimientos que se producían en mi casa, de la gente que entraba y salía y a las horas que se producía. Yo me divertía pensando en las cosas que le contaría cuando subía acompañado de algunas de mis amigas y del libertinaje que en mi casa habitaba todos los días. El simple hecho de subir acompañado de mujeres (con las que no se está casado) ya podía ser motivo de escándalo en aquella villa de buenas y tradicionales costumbres. Incluso a veces desde la ventana le saludábamos, para que tuviera constancia de que ahí había asuntos "inmorales" y los afrontábamos con premeditación y alevosía.

Youssef también me había contado la historia de mi casa. Al parecer, en mi casa había vivido una estudiante de Bellas artes (por eso el estampado psicodélico de sus paredes) proveniente de una familia adinerada, a la cual le gustaba en sus ratos libres ejercer el oficio más antiguo del mundo. La lámpara de mi habitación, conjugaba perfectamente con el ambiente que se había creado para lo que allí acontecía, llenando toda la estancia de una luz rosácea que desde la calle llamaba demasiado la atención. Yo por si acaso, conociendo los antecedentes, había contrastado la historia con las de otras personas que habían conocido a las inquilinas y parecía ser que todo era cierto.

Todo encajaba, incluido el lamentable estado en el que se encontraban los muelles de la cama.

Aunque parecía tener un fondo noble, a veces se desmarcaba con gestos en los que se apreciaba que solo se movía por interés y le daba completamente igual el resto de la gente. Tal vez fuese producto de la vida en la calle, la cual le habría fabricado una corteza a su alrededor contra cualquier elemento emocional que le pudiese dañar, por lo que permanecía inmutable a lo que ocurría a su alrededor, a cualquier cosa que pudiese implicar tocar su lado sensible. Tal vez simplemente fuera puro egoísmo y mediocridad.

Un día pasamos por una casa sin ventanas, que reflejaba los restos de un enorme incendio que la había devastado. La señaló y riendo dijo "yehudin", esto es, judío. Me estremeció. Me gustaría pensar que la crueldad que exhibía frente a ciertas personas, como los discapacitados o los judíos, era fruto de la ignorancia más supina. Era inútil explicarle que aquello que hacía era una atrocidad despreciable.

Su familia era un esperpento: su padre nunca estaba en la casa, su madre tenía ligeros trastornos de personalidad y su hermano vagaba por las calles sin rumbo, pidiendo y esnifando pegamento. Su hermana pequeña representaba la esperanza en una familia sin rumbo y con un futuro desolador.

Pese a todo, Youssef seguía ayudando a la gente a aparcar los coches, a bajar maletas o a coordinar el tráfico. Que importaba el resto del mundo, allí estaba su sitio, y allí era donde era alguien.