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lunes, 5 de mayo de 2008

INTERNET, LAS CHAPAS,LA IMAGINACIÓN Y EL PODER



En la era digital, donde la tecnología nos hace analfabetos con cada movimiento de la aguja del reloj, encontramos nuevos panoramas que no por menos descritos se hacen menos desoladores. Si los ordenadores vinieron para facilitarnos la vida y descubrirnos un abanico de maravillosas posibilidades, simbolizados en la world wide web, es paradójico que se produzcan nuevos fenómenos completamente contrarios a la reacción esperada. En el octavo día, Dios creó Google. Entonces, cuando más "conectados" estábamos con el mundo, empezamos a "desconectarnos", de ese “mundito” que nos rodea, de esa cotidianeidad que nos separa del cada más presente “Matrix”. Y a pesar de toda esta comunicación e información desbordante, que nos apabulla a diario, cada día estamos más solos, más perdidos en la inmensidad de un nuevo mundo que se abre entre nosotros y del cual no tenemos las herramientas para abrir y desentrañar. Es más, tendemos a la nostalgia como postura natural, a la llamada reticencia al cambio y vivimos colgados de un romanticismo que pertenece ya a épocas pasadas, que en nuestros días no tiene cabida.

La cruzada digital que se está librando está produciendo fenómenos maravillosos y positivos. Internet se está consolidando como el único espacio donde se puede dar una libertad total, un intercambio indiscriminado de ideas y corrientes que no tiene dueño, que no está subyugado a intereses políticos y económicos, que vibra, muta y sueña bajo las pulsiones de un “pueblo” que por primera vez ha encontrado un lugar donde verdaderamente tener voz. Los grandes utópicos de la historia nunca soñaron tener un lugar de mayor proyección, donde las desigualdades y las injusticias se hacen invisibles. Los políticos tiemblan, los medios de comunicación encuentran un valladar a la manipulación, “youtube” legisla y juzga con pulso firme bajo las órdenes de una verdadera soberanía popular. Lógicamente, los poderes establecidos buscan utilizar esta poderosísima herramienta en su favor, pero la web es ingobernable, es una puerta a un universo infinito, imposible de cercenar o controlar una vez dentro de ella. La única posibilidad de ponerle muros a este universo, pasa por cerrar la puerta que da acceso al mismo, acción que los regímenes más despreciables del planeta se esmeran en cuidar.

Por contra, más allá de idílicas utopías se encuentran realidades menos agradecidas. La tendencia a la digitalización, a la facilitación de tareas que antiguamente requerían un trabajo artesanal, está revirtiendo en una pérdida general de la capacidad creativa e imaginativa. Si ante la falta de medios, se agudiza el ingenio, el exceso de información, de tecnologías, y en general el ascenso de un consumismo desbocado e innecesario nos ha llevado a terrenos menos fértiles para la creatividad. Quien más, quien menos, tiene a un Homer Simpson dominguero dispuesto a apoltronarse en el sofá y esperar a que crezcan las raíces, mientras la televisión, la consola o incluso el ordenador nos dan un entretenimiento debidamente masticado, listo para ingerir sin apenas esfuerzo. Nada nuevo; la “teletienda” puede vendernos un “aparatito” para ser menos conformistas y pasivos si así lo deseamos. El sistema se ha encargado de engullir las disidencias y de darles su nuevo papel en esta sociedad de consumo.

Lo que si es nuevo es la capacidad que hemos perdido de impresionarnos, e incluso de ilusionarnos. La lluvia de imágenes diaria, el torrente de productos que innecesariamente consumimos y en general esa sobreexposición a la información nos han llevado a este punto, a este estado de las cosas que se ha dado a llamar postmodernismo. El romanticismo murió hace rato: los niños no tienen ni idea de lo que significa jugar a las chapas, la cocina dentro de unos años será a través de píldoras, vivimos en la cultura de la inmediatez y las fórmulas tradicionales pierden todo su sentido en este contexto.
Ya no nos quedan héroes, ni ideologías a la que admirar, aunque me duela coincidir en algo con Fukuyama. Ante esto nos refugiamos en la nostalgia, hacemos homenajes a Mayo del 68, el “revival” está más vivo que nunca, todo vuelve, los 60, la música y la moda de los 70….Incluso encumbramos movimiento culturales o políticos no tan relevantes como realmente fueron por la imagen que hemos construido de ellos (¿la movida madrileña fue tan artística y rompedora como realmente nos la han vendido?). Pero da igual, porque lo que realmente nos importa es el romanticismo y heroísmo que se respiraba en aquellos sucesos. Aquellos movimientos que hoy en día consideramos irrepetibles. Tal vez el cine argentino tenga tan buena consideración porque aún con pocos medios, conserva la extraordinaria capacidad de conmovernos, de "tocarnos la fibra sensible", en estos tiempos en los que estas cuestiones cada vez son menos comunes: nada nos sorprende ya.
Las generaciones actuales de Occidente, sin embargo, permanecemos dormidas, sin nada por lo que luchar, sin ilusiones, conformadas con la realidad que nos han dibujado. Nos han dicho tantas veces que el mundo que nos ha tocado ya no se puede cambiar, que eso es una ilusión, que lo hemos interiorizado y nos hemos resignado a seguir colaborando con la penosa realidad que nos ha tocado vivir. Somos cómplices de un crimen en forma de legado que le llegará a nuestros hijos. Y de nuevo, cabe decir, que la paradoja se cierne sobre nosotros. Pocas veces en la historia hubo tantos retos por los que luchar: el hambre, la incultura, el medio ambiente, la crisis económica, la vivienda…Y aún con todo esto seguimos pensando que luchar por una sociedad y un mundo más justo y equilibrado es una misión para ilusos. Pero algo se está removiendo en las entrañas de las sociedades actuales, algo que dice que el orden de las cosas no está escrito ya y que el futuro lo escribiremos entre todos, que no será escrito por unos pocos interesados en prolongar esta enquistada realidad. La respuesta puede venir desde abajo, desde el sur. El tío Sam está mirando de reojo a América Latina, porque sabe que algo está ocurriendo…

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