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viernes, 22 de agosto de 2008

Requiem por Madrid...




Pasen, pasen...Sin miedo hombre...
¡Qué grande y bonita es Madrid!
La villa,la ciudad de la Corte, de los señoritos, de los teatros de las "señoronas" donde regalan La Razón, los cines (extintos) y las luces por la Gran Vía,... Los bocadillos de calamares en la Plaza Mayor, las niñas bien uniformadas del barrio de Salamanca, la movida madrileña y su eterno autobombo, Malasaña, Lavapiés y "el buenrollismo", La Latina y sus bohemios adinerados, los atascos, la M-30... Quien no quiere vivir en Madrid coño!
Siempre nos han vendido Madrid como la ciudad más acogedora del mundo, porque... ¡nadie es de Madrid, pero todos lo somos!
Aún teniendo un porcentaje elevadísimo de fachas y siendo una ciudad reaccionaria como pocas, Madrid es moderna y "progre", como su alcalde... Incluso ahora se ha propuesto elevar el número de locales de diseño hasta las cotas de nuestro espejo ibérico, Barcelona (los barceloneses por fin se están dando cuenta que eso de tener una ciudad tan moderna y abierta al turismo, es una puta mierda para los que de verdad viven en ella). Locales chic, "fashion", "lounges" y mierdas por el estilo se están haciendo con el control de la villa y están arrinconando a los bares de toda la vida: los de serrín en el suelo, camareros que gritan como Dios manda y una buena carta repleta de grasaza, a precios populares (pero de verdad,no de caña a 2 euros). Y como consecuencia de esto, los modernos de la urbe, están invadiendo los últimos reductos de autenticidad que daban ese sabor añejo e inconfundible a mi querido Madrid. Hordas de snobs, cansados de "posturear" en el Mondo o la sala el Sol, invaden estos locales en una búsqueda interminable por lo último... ¡Ay "Palentino", quién te ha visto y quién te ve!
Madrid tenía tanta prisa por europeizarse, que está perdiendo todas sus señas de identidad a marchas forzadas y se está convirtiendo en otra ciudad igual de insulsa e uniforme que cualquiera de las que pueblan la vieja Europa (lo de los USA es otra historia). Ahora los madrileños pueden presumir de tener un "Starbucks" en cada esquina: no sea que vengan las hordas de guris y con tanto africanismo, tipismo y castizimo no puedan sentirse como en casa...
Siempre se ha dicho que solo hay una cosa peor que un rico: un nuevo rico. Pues de manera análoga, algo parecido le está ocurriendo a Madrid. A fuerza de creerse que es una ciudad moderna, abierta al mundo y comprometida con su tiempo, se ha convertido en una ciudad infumable, carísima e igual de hipócrita que siempre; solo que ahora con pretensiones.
Y es que están por todos lados y si no presten atención a la estremecedora declaración que tuve el placer de presenciar en primera persona, en labios del dueño de un restaurante con tienda,centro estético y "demás chucherías":
-"Nuestro restaurante es ecológico-multicultural y de ambiente zen-nórdico"
Mi abuela, en su "castúo" particular (variedad coriana-sole) diría que es "pa cagalsi la pata abahu". No voy a entretenerme en comentar el significado de semejantes "cachos de letras" ya que el personaje no lo merece, pero si a expresar lo mal que lo pasé aguantando la compostura hasta que la conversación se dispersó y pude escapar del atolladero.
Más casos:
Un día decido salir con mis amigos, de esos de los toda la vida,con los mismos que jugaba a las chapas, por los madriles, para conocer esos locales de moda, de ambiente liberal y distendido. Nada de malos rollos, ni de desempolvar los naúticos o ponernos el traje de domingo. El ambiente parecía propicio para pasar una velada agradable con los chavales. En el grupo, o la panda(como siguen diciendo nuestro padres) tenemos de todo y nuestras vestimentas reflejan la heterogeneidad del grupo. Nosotros si somos partícipes de la diversidad y no el puto Fórum ese de las culturas. El caso es que nos decidimos a entrar a uno de estos locales, animados por la diversidad que exhibían y la eterna promesa del "sitio distinto". La sorpresa llegó cuando el portero nos dijo que podíamos entrar los dos primeros con las chicas que el resto "no iban con el rollo del local"(nos habíamos olvidado las rastas de palo en casa). Ahí saqué mi casta fuenlabreña y le dije, con toda mi educación, que se metiera su "rollo por el culo". En los siguientes locales que probamos, nos ocurrieron sucesos aún más increíbles, como que el portero nos "tirara" por ser de Fuenlabrada (en sus propias palabras)o que nos dijeran que era un local exlusivo "de ambiente" mientras pasaba una pareja heterosexual delante nuestra. Incluso llegamos a rebajarnos colocándonos estratégicamente en pequeños trios para que nos dejaran entrar. Al final, tocó pulular, como siempre. Desde ese día, mis amigos siguen diciendo que Madrid es una ciudad asquerosa para salir, y quien les convence de lo contrario... O eso, o somos unos inadaptados sociales, que todo puede ser...
Fusilando el refranero popular, cabe decir que es "el mismo perro de siempre, pero ahora con rastas y converses".
Si el pobre Larra hubiese vivido en nuestro tiempo, seguramente se hubiese sucidado nada más finalizar la patética E.S.O. ...

MB: Actualidad bizarra para brutos mecánicos




En mi sección de homenajes particular, no podía faltar la publicación que ha creado toda una generación de amantes del bizarrismo. El Mondo Brutto es una de esas publicaciones únicas y maravillosamente raras, que cada vez que se alinean los astros florece por esta irritante ciudad.
Sólo comparable a los pequeños placeres de la vida (y no precisamente los que aparecían en Amelie): comerse un kebap en la Serna, contar batallitas del instituto...
Deliciosamente amarga.

domingo, 10 de agosto de 2008

Castillos en el aire




Extracto del raro, poco conocido y maravilloso Cathall O´Dunn.

Era como volver a empezar. Después de una larga estancia en Colombia volvía a mi ciudad, y las calles seguían en el mismo lugar, aunque los olores habían cambiado.Quería reconocer cada rincón y cada calle, donde aprendió a reírse de las cosas, a despreciar los consejos de quien lo sabe todo, a otorgarle la importancia justa a cada momento y ser coherente con sus palabras.
Ya muy atrás quedaba "el accidente", la apatía, los gritos en el comedor y todos aquellos recuerdos que se esforzaba en borrar de su mente.
En aquellos primeros días se había sumergido en la rutina de su nuevo puesto de trabajo. No se molestaba en anticipar acontecimientos. Quería recuperar a los viejos amigos: las mismas "batallitas" de siempre, las cervezas en el bar, los comentarios sobre el partido del fin de semana y la sensación de que nunca nada cambiaría, que el día que bajase al parque ellos segurían estando ahí.
Con el transcurrir de los días se había acostumbrado a observar detenidamente los detalles más insignificantes desde la mesa de trabajo. Y entre los papeles, las notas y el brillo de la pantalla, a veces “tarareaba” sus canciones, o se perdía con pequeños juegos que le ayudaban en su ya fácil dispersión y le proporcionaban algún tipo de placer. Pese a esto se esforzaba por sumergirse en la inercia laboral; para castigarse con la marabunta de pensamientos e inseguridades ya tenía los muros de la casa.
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Ella, había aparecido entre las montañas de rutina e inercia, de manera muy sutil, como infiltrándose en las filas de sus vaguedades, para instalarse entre sus obsesiones. Poco a poco había aprendido a quererla, a disfrutar con sus detalles y hacerla dueña e inspiración de sus insomnios. Todo ello había sido hilado desde si mismo, sin conocer la opinión de la elegida. La relación que mantenían transcurría fluida, habían aprendido a disfrutar de las palabras y los gestos de otro, pero bajo un respeto mutuo, sin acercamientos kamikazes, sin forzar cualquier tipo de presión que implicara un roce o un solo momento de tensión emocional. Pero el ya no podía más. En un estado de ensoñación constante, retornaba a su adolescencia con quimeras absurdas y encuentros imposibles, alimentando aún más si cabe su convencimiento. A veces dudaba si todo era una mala jugada, un “autoconvencerse” de que podía volver a disfrutar de un estado de enamoramiento como en su juventud más cercana, que podía querer a otra como si fuera la última y no acostumbrarse a la comodidad del enlace. Pronto pensó que esta idea le parecía tan terrible que no merecía ni ocupar su tiempo, pero entre aquel lago de dudas siempre había lugar para las ideas más trágicas o escabrosas. Convencido de su postura, ahora enfrente ya solo quedaba un enorme océano que en otro tiempo no hubiese tenido ningún reparo en conocer, pero que en la actualidad le inundaba de turbaciones y miedos. Era lo de siempre: el miedo al rechazo, a no saber manejar los tiempos, a dejar pasar el tiempo, a no pronunciar la palabra en el momento justo y adecuado… Cualquier idea le parecía tan terriblemente estúpida y ridícula, que la simple visualización de llevarla a cabo le provocaba un gran desasosiego. A cualquier otra la hubiese intentado seducir con sus amplios conocimientos de literatura, sus cuentos de viajes exóticos y su labor humanitaria, sus historias de “hombre de mundo” u otras tretas igual de patéticas y trilladas, pero ahora era diferente o al menos eso deseaba.

Sin ser de una belleza exuberante, tenía un gesto precioso y dulce, un poderoso halo de atracción del que a veces muchas mujeres bellas carecen, además de una capacidad maravillosa para saber interpretar los momentos especiales con una soberbia sencillez. Kearan se había despertado pensando en el movimiento de su pelo y volvía a dormirse preguntándose por sus manos. ¿Cómo podía ella ignorar que había alguien castigándose a cada instante por su pulso? Él, medía milimétricamente cualquier movimiento que le pudiera dejar en evidencia, que pudiera dejar al descubierto sus sentimientos, aquellos que se esmeraba en guardar bajo la llave más pesada existente. Quería buscar “el momento”, el instante mágico que nunca aparece, el acontecimiento que precipita todo, pero no tenía todo el tiempo del mundo. A finales de aquel deprimente verano ella marcharía a otra ciudad, a otro país y el abismo sería insalvable. Pero el no creía en las heroicidades ni en los ataques de romanticismo. Le parecían asquerosamente patéticas las noveluchas que buscaban el “giro final e increíble” en “la historia de amor jamás contada” y no quería convertir su vida en un espejo de estas, empalagoso y prototípico. Por otro lado se imaginaba sonriendo con la cabeza de ella, resguardada bajo su firme torso, en un gesto tan paternal, como universal y visceral....

Sus cavilaciones respecto a sus deseos navegaban desde el ridículo al triunfo más sonado. Había intentado desentrañar los signos ocultos de los juegos previos, los lenguajes de las convenciones sociales de la relaciones hombre-mujer, adaptándolos lógicamente a la singularidad de tan preciosa persona. Se decía así mismo que si habían quedado a solas, ella más allá de sus intenciones concretas, estaría cómoda en su compañía. De la misma manera había intentado leer entre las frases enigmáticas que de vez en cuando ella le lanzaba, mensajes encriptados que reclamaban su participación. Pero no quería caer en la clásica suficiencia y vanidad masculina, la cual podía proporcionarle desagradables sorpresas a la hora de descubrir la reciprocidad de sus sentimientos. Se decía una y otra vez que sería una noche más, en la que volvería bajo sus pasos nuevamente solo, una noche como en las veladas en las que se representaban las tragedias griegas, de las cuales ya se conocía el desenlace, pero aún así podían conseguir inquietarnos y emocionarnos. El problema es que la intriga era mínima, y la emoción había logrado un status obsesivo, amordazado por un exceso de apasionamiento.
Esperaba su llamada, después de varios intentos frustrados de cita, debía permanecer lo suficientemente interesado como para no dejar que se enfriara el contacto, pero tenía que dejar una imagen de autonomía y despreocupación que no delatara su verdadero interés: verla a toda costa. Miraba de reojo al mísero aparato, que le fustigaba con su silencio y su indiferencia, y se volvía loco controlando su voluntad.