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domingo, 9 de agosto de 2009

Una noche más de verano


Cae la medianoche, las calles de La Avanzada permanecen quietas, atentas a cualquier acontecimiento bajo los focos de las desvencijadas farolas. La luz amarillenta de una de ellas parpadea mientras mi coche se desliza por la desigual travesía. Los chinos apuran los últimos suspiros de la noche, en el kiosko de helados miran guasones los negros sentados en las tumbonas y unos chavales vigilan el horizonte desde las escaleras mientras muerden sus rosario de plástico con la mirada perdida. El sol se fue, pero el sofoco veraniego de la meseta castellana se cuela entre los bloques de la ciudad dormitorio. Al otro lado de la calle, en la explanada de asfalto, se juega un partido entre una marabunta de chicos que esperan su turno en las escaleras. Pantalones anchos, cristos de oro, torsos dorados por las horas de libertad estival y un montón de piernas jugando en la improvisada cancha al ritmo de los bombos y las cajas que escupe un coche aparcado. Enfrente suena un quejío, entre los bancos del "Bule", donde pasan las horas un grupo de chavales; donde de vez en cuando se ven como fogonazos, pequeñas llamas que se pierden en un dulce y humo denso.

Mi coche da la vuelta a la manzana, suena esa maldita canción en el "loro" y mi cabeza responde a la hipnótica llamada asintiendo una y otra vez. Se para el motor, pero la música no cesa y yo todavía sigo en mi parque de atracciones. Subo la ventanilla. Ya estoy en casa...

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