Dicen que en Tetuán nunca hay nada que hacer, y por eso el tiempo no avanza. Los relojes se paran, y se venden a los pocos turistas que se pierden en la medina.
Ya no volveré a escuchar la llamada a la oración de la Mezquita del Rey, ni podré ver las montañas desde mi ventana. Ya no me saludará el hombre del locutorio,ni el que vendía los zapatos en la esquina de la frutería, ni los gemelos del Marhaba. Ya no podré pararme a hablar cada cinco minutos por Mohamed V, ni entrar en La Imperial, ni hablar de fútbol con los abuelos de "Tiara". Tampoco escucharé a Youssef gritando en la calle para aparcar los coches, ni a Mohamed tirando piedras en mi ventana para que salga a hablar con él. No podré escuchar el sonido de los dados en Feddan,entre tés y quejíos de guitarra, mientras Hajar pinta alguna cosa. No veré a los viejos de la placita fumando kif.
Las charlas nocturnas con Imad, el cante con Youssef y Anass, el vagar con Ahmed...
Ahora, salgo de mi casa, monto en el coche, voy hacia algún lugar sin destino. En el semáforo el conductor de al lado ni me mira, y los peatones se atropellan entre si para ver quien salva antes las líneas blancas. En la carretera un futbolista del Real Madrid en un cartel anuncia seguros. Camino por la gran ciudad y nadie repara ni por un instante en mi presencia. Sigo siendo una hormiga. Pero esta vez el vacío me engulle. Aquí, ni siquiera existo.
A todos ellos, a ellas y a ella.
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